
HISTORIAS DE EXTRANJEROS

Xavier Aristu
28 años
Español
Cuando al fin pisé Isla Negra y la casa del vate, aquel lugar sobre el que imaginé cuando tenía 12 años leyendo a Skármeta, fue como si hubiera llegado a la Luna. Más viejo, en mis 27, descendí de la micro que me traía a botes desde Santiago, botes de pura alegría.
Para justificar el éxtasis que sentí, me vale con extender una doble razón, de tiempo y distancia. La primera, es el claro ejemplo de cómo el tiempo es almíbar para un anhelo, mientras transcurre, más se conserva la dulzura de éste. La segunda se explica porque siempre viví a unos 15.000 kilómetros de este litoral central, en cierto modo más lejos que la Luna, a la que sí pude ver siempre desde mi ventana.
Este anhelo que a mí me llevaba era uno del poeta, que es como decir era un anhelo de un anhelo. Por eso todo lo que recuerdo de ese día está ligado a Neruda, que es decir está ligado al mundo, al mar, a Chile.
De la casa, cuantos más pequeños detalles se me oxidan, más seguro estoy de lo impresionante que era, y se me olvidan porque me emborraché con tanta belleza que me hacía darme vueltas para uno y otro lado. Había un ventanal desde el que veía la profundidad del océano, donde se reflejaban cientos de barcos en un embotellamiento imposible y perfecto, botellas de las que seguramente me bebí el licor porque nunca vi tantas musas juntas entre unas paredes, y qué paredes tan sublimes de maderas rectas y curvadas en piedras, que en su inmensidad tienen cada rincón hecho con alma de artesano. Quien ha estado sabe de lo que hablo y también se preguntó “¿Cómo se le habría ocurrido todo esto?”, justo lo mismo que con sus versos.
La gente mundana como yo tendemos a buscar explicaciones sencillas. La más inmediata se me ocurrió tras el último habitáculo del tour. Al salir por la puerta, contemplé la naturaleza del lugar, el estallido de esencias que brindan el océano azul, la espuma blanca y el agua hecha sombra negra entre los roqueríos. Recorrí la playa y me senté en las piedras y como en ellas el viento puro e incesante talló mi cara, y lo respiré tal y como lo hacen las plantas y árboles de la verde ladera que tenían por jardín marítimo Pablo y Matilde. Dos amantes de la vida a los que, como debe ser, nunca les faltarán flores en la tumba. Del mundo, del mar y de Chile.
Por la tarde me volví a la capital en otra micro. No daba botes, daba saltos, y esa noche dormí de nuevo teniendo 12 años.

La ladera de la casa hacia el mar.

Vista_al_Pacífico_desde_uno_de_los_patios_de_la_casa.

Con_la_casa_de_Neruda_detrás

En las rocas de Isla Negra

Foto de un mural pintado sobre una casa en el pueblo Isla Negra en honor a Neruda.

Inscripción_de_la_Fundación_Neruda_en_la_casa_del_poeta.

Vista de la casa desde el patio interior