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VALPARAISO

El lugar oculto de Valparaíso

ASCENSOR POLANCO

ASCENSOR POLANCO

TUNEL POLANCO

TUNEL POLANCO

ENTRADA AL ASCENSOR POLANCO

ENTRADA AL ASCENSOR POLANCO

ESCALERA POLANCO

ESCALERA POLANCO

La capital de la V región maravilla todos los días a cientos de turistas que visitan la Joya del Pacífico. Así, hay cerros como el Alegre y el Bellavista que son reconocidos, pero hay otros a los que sólo se llega tras conversar con los propios porteños.  

 

Para conocer la ciudad de Valparaíso es necesario caminar por sus lugares más escondidos, inquirir por su historia a los mismos locatarios, fotografiar cada uno de sus rincones y construcciones, subir los cerros en sus históricos ascensores y sorprenderse en los miradores que ofrecen una vista privilegiada. De esta forma la llamada Joya del Pacífico descubre su verdadera belleza arquitectónica y su autenticidad. 

Al poner el primer pie en la avenida Argentina, el visitante se impregna de la cotidianidad de los porteños. Y ahí su característica feria logra atraer a muchos que buscan algún objeto o, simplemente, hurgar y disfrutar de un paseo en familia. No tan lejos se deja ver el Congreso Nacional, edificio que destaca por su gran altura y cuestionada modernidad dentro del casco histórico porteño.  A sólo unos pasos, en calle Uruguay, se encuentra el Teatro Municipal donde conviven diversas expresiones artísticas.

  

Ya la brisa del mar hace lo suyo y logra atraer hacia el Mercado Cardonal, que ofrece comida típica chilena. La introducción a la V región ya se ha realizado: ahora sólo queda comenzar a recorrer y contemplar la belleza de sus cerros. 

 

Valparaíso es una de esas ciudades que cada vez que se recorre permite descubrir un rincón distinto. Por más que se camine nunca llevará por el mismo circuito. Y ello no es menor si se piensa que el principal puerto del país posee más de cuarenta cerros que logran adornar las calles de la ciudad de forma inigualable e irrepetible, no sólo por sus colores sino por la idiosincracia de sus mismos habitantes.

 

En esas vueltas, y gracias a un porteño, llegamos al Cerro Polanco, cuyo ascensor fue declarado Monumento Nacional en 1976. Locatarios nos habían indicado que para llegar hasta ese extremo de la ciudad es necesario tomar el mini bus 506 que nos dejará a un paso del cerro.

  

Tras unos minutos de trayecto, la solitaria y colorida calle Simpson nos recibe. Al llegar,  la vista se dirige directamente hacia una torre amarilla, que nos pareció no haber visto jamás.  

La torre sin número da paso a un lúdico túnel de 150 metros. Ampolletas de bajo voltaje iluminan el paso, mientras el cambio de temperatura varía bruscamente luego de apenas unos segundos. El ambiente frío se apodera de cada fibra de nuestra piel. Hasta el momento, la caminata por este oscuro pasadizo logra ser toda una experiencia. Gotas y pequeños velos de agua caen por sus paredes. Cierto eco también se escucha en el camino. ¿Con qué nos encontraremos? Muy luego las puertas se abren hacia una vista privilegiada del puerto de Valparaíso. Diríamos que estamos en uno de los miradores con mejor perspectiva de la ciudad. Ahí, desde la misma cúspide de la torre, se logra admirar el azul del infinito océano Pacífico y las coloridas casas que rodean este anfiteatro natural. El viento sopla fuerte desde esa altura, y ahí se podría estar admirando toda una tarde.   

 

Pero no podemos seguir contemplando la belleza de la Joya del Pacifico. Seguimos y una larga pasarela de madera se atraviesa en nuestro camino. Comenzamos el descenso a pie por el sector El Almendral. Durante la bajada es posible observar el arte porteño impregnado en los muros de las antiguas casas. Una identidad que se descubre sólo en esos lugares ocultos, en aquellos rincones desconocidos por muchos, y -cómo señalábamos al principio- a los que sólo se puede llegar cuando se habla con un porteño.  

 

 

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